Al hilo de mi sesión de clase sobre “el proceso de
enseñanza-aprendizaje”, que imparto en los cursos de aptitud pedagógica, quería
dejar constancia de algunas reflexiones, para ahondar aún más en lo que en
dicha sesión trato de transmitir.
Según el medio o el modo en
que se presenta el aprendizaje, éste puede ser cognitivo o emocional. El
aprendizaje
cognitivo conlleva un alto consumo de energía, ya que requiere de una
atención selectiva y sostenida y repetición constante para su almacenamiento;
es un proceso lento y lo aprendido bajo este procedimiento se olvidará con
facilidad. En cambio, el aprendizaje emocional no genera
ningún gasto energético, es un aprendizaje automático, los conocimientos se
adquieren rápidamente y permanecen en el tiempo. Está claro que nuestro cerebro
prefiere un aprendizaje que le suponga menos gasto energético, porque así está
programado desde hace millones de años.
Las emociones están presentes en
cualquier interacción humana y la situación de aula no va a ser una excepción. Es
necesario que encendamos la amígdala
de nuestros alumnos. Huyamos de las clases magistrales. La adquisición de
conocimiento necesita motivación y esta no se consigue de
forma pasiva, sino que debe conllevar una actitud activa. Actitud activa por
parte del profesor, pero también por parte del alumno.
Si el profesor es capaz de motivar al alumno,
estaremos en disposición de poder dar el segundo paso en ese proceso de
enseñanza-aprendizaje: captar su atención. El alumno debe tomar parte activa en
el aula, pero para ello el profesor debe tratar de captar su atención y despertar su interés; y ello depende mucho de la forma de
presentar la información a transmitir, de la metodología empleada y de la
“gestión” de aula que se lleve a cabo.
Si el alumno no presta atención, no es posible que
se produzca aprendizaje. Sorprender con un dato, lanzar una pregunta, contar
una anécdota, arrancar con una afirmación chocante, contar un chiste… son
algunas de las estrategias que podemos emplear en este sentido. Las emociones
pueden ser nuestras aliadas para un buen inicio de sesión. Pueden ser un
potente detonador que predisponga positivamente. Su gran poder también está en
su facilidad de contagio (recordad el video que pongo sobre el poder de las
emociones en la situaciones de risa contagiosa). Su gestión y adecuado manejo
está en manos del profesor.
En general, la educación actual que impera en este país padece de bulimia. Se trata de ingerir cantidades
inmensas de contenidos, para luego “vomitarlos” en un examen. Pero, la mejor
manera de aprender no es memorizando de forma pura y dura. Está demostrado que
aprendemos más de lo que hacemos, que de lo que leemos o escuchamos (cono de
Edgar Dale). El cerebro aprende más cuando ve una utilidad práctica a la
información que recibe. El cerebro no aprende por memorización sino por
contextualización y ello requiere esfuerzo por parte del docente. Huyamos de
las clases magistrales y fomentemos otras metodologías, como el aprendizaje basado en problemas, el estudio
de casos, el trabajo por proyectos, etc.
También es cierto que
aprendemos por imitación. Tenemos la capacidad de imitar porque disponemos de
un conjunto de neuronas especializadas, las denominadas neuronas espejo. Estas, permiten reflejar en nuestro interior
aquello que vemos fuera. Adoptamos los gestos y posturas de otros, de manera
inconsciente, cuando observamos a un referente para nosotros, cuando
compartimos las mismas ideas, cuando anhelamos ser como él; pero también nos
contagiamos a nivel de motivación, de creatividad y de emociones. Pues bien,
parece ser que empleando el aprendizaje colaborativo se aprende
más. Se aprende más en conjunción con los demás que individualmente. Hay que
fomentar la cooperación en el aula porque se activan esas neuronas espejo. Además, un tipo de educación individualista y competitiva,
no es reflejo de lo que se encontrará el alumno cuando trabaje en una empresa,
donde lo que va a primar es alcanzar logros como equipo y no individualmente.
Recordad también lo que
trato de transmitir en mi sesión sobre “la
comunicación en el aula”: que la expresión facial, los gestos corporales y
el contexto, desempeñan un papel muy importante en el aprendizaje, ya que
contribuyen a captar y mantener la atención del alumno y a la comprensión del
mensaje. En este sentido, recordad los experimentos sobre la capacidad de
recuerdo de los niños que visualizaron los dibujos animados cuando el relator
hizo uso de todo tipo de gestos ilustradores y emblemas, frente a la situación
en la que permaneció inmóvil.
Como planteaba en una
entrada anterior, seguimos aferrados a un sistema de enseñanza tradicional, empleando métodos tradicionales, basados
en clases magistrales, memorización y
exámenes escritos. A todos los implicados en la enseñanza nos queda mucho
por hacer para que esto cambie, pero ladrillo a ladrillo se construyen edificios
sólidos y duraderos. La sustancia gris para ello, y no me refiero ahora al
cemento, es cosa del alumno.